San Ignacio de Loyola, Iñigo fue su nombre de pila, un hombre nacido en familia noble, el más joven de once hermanos. Fue un hombre de grandes aspiraciones mundanas, tuvo una carrera militar brillante, llegando a ser capitán del ejército español.
A la edad de 30 años es herido en la rodilla de gravedad mientras defendía la ciudad de Pamplona de la invasión de las tropas francesas. Íñigo es trasladado a Loyola donde es intervenido hasta en tres ocasiones. Operaciones que no pudieron evitar que para el resto de su vida anduviera con cojera.
Este hecho le cambió la vida, durante su larga estancia de convalecencia en el monasterio de Loyola dedicó gran parte del tiempo a leer novelas de caballería, pero su hermana le invitó a cambiar estas lecturas por la biblia, la vida de Cristo y las biografías de los grandes Santos de la Iglesia.
Es así como leyendo relatos de vida cristianos su corazón se llenaba de gozo y sentía cómo sentía una alegría intensa que le duraba semanas. Fue entonces cuando se planteó el imitar el modo de vida de los santos, ¿si ellos habían podido llevar una vida santa por qué él no podría lograrlo? Al fin y al cabo, todos esos hombres estaban hechos del mismo barro que él, con sus preocupaciones, sus tentaciones y sus luchas frente al mal.
Fue así cómo comenzó su conversión, tanto fue su grado de fe que cierta noche tuvo la aparición de la virgen María junto con Jesucristo, una visión que le consoló profundamente y le hizo replantearse cuál debía ser el señor al que debía servir: desde entonces ya nunca más serviría a señores de este mundo sino únicamente a Dios y cómo no al Papa, representante de Jesucristo en la tierra.
Apenas terminó su convalecencia se puso en camino hacia el célebre Monasterio de Montserrat, donde tomaría el firme propósito de hacer penitencia para la redención de sus pecados. Cambió su vestimenta de noble por la de un pordiosero, hizo reflexión de todos sus pecados y se consagró a la virgen para toda su vida.
Fue allí en Cataluña, en una cueva cerca de la localidad catalana de Manresa donde se dedicó a la contemplación y a la oración profunda apartada del ruido mundano. En aquel lugar creó sus famosos ejercicios espirituales que tanto bien han hecho a la humanidad.
San Ignacio también atravesaría su crisis espiritual propia, aquello que llaman la noche oscura del alma, un estado de dificultad en la oración que te hacen descubrir que el contemplar a Dios es un regalo gratuito de Dios que ninguno merecemos.
Tras esta experiencia peregrinaría a Tierra Santa para más adelante estudiar Teología en las universidades de Alcalá, Salamanca y París desde donde reuniría a otros seis compañeros a los que instruiría en sus métodos e ideas espirituales y con los que iniciaría un camino de apostolado que culminaría en Roma donde serían ordenados sacerdotes en el 1537
En los sucesivos años Ignacio dedicaría su vida a la evangelización, la enseñanza de las escrituras y el cuidado de los enfermos, y fundaría definitivamente la orden religiosa de la Compañía de Jesús, una compañía que imitaría las estructuras militares donde Ignacio se había formado, pero puestas al servicio de la fe católica; como respuesta a la reforma protestante que ya entonces había iniciado Lutero. Ignacio Iniciaría una verdadera contrarreforma católica que se expandiría por toda Europa y América y que buscaría, incluso llegando hasta nuestros días, la promoción de la fe católica y la perfección cristiana para la gloria de Dios.
Si pensamos en La iglesia de San Ignacio de Loyola nuestra mente irá siempre a Roma, y es que es allí donde en el 1626 fue construida es uno de las iglesias de estilo barroco más representativas de la ciudad eterna. Levantada en honor del recién canonizado y fundador de la compañía de Jesús San Ignacio de Loyola.
La iglesia cuyo proyecto inicial fue ideado por el arquitecto Grassi, con la financiación principal de Ludovico Ludovisi, quien fuera sobrino del papa Gregorio XV.
Durante su construcción participaron otros artistas como Andrea Pozzo, que aportó la genial solución de crear una cúpula simulada con pintura que dibuja una perspectiva que engaña al espectador haciéndole creer que es una bóveda real.
También en La Ciudad de Buenos Aires nos encontramos con un importante templo dedicado al santo español, fue construida por los Jesuitas entre el 1686 y 1722, bajo planos de los arquitectos Primoli y Krrauss. Una iglesia de gran importancia si tenemos en cuenta que llegó a ser catedral de la Ciudad.
Pero es en España donde podemos encontrar mayor número de iglesias que han sido erigidas en honor al Santo: así encontramos templos en Valencia, Cataluña, Almería, Córdoba, Sevilla, Madrid y por supuesto Navarra y País vasco de donde fue originario Ignacio.
Pero quizás el gran centro de peregrinación, y el lugar que desde el peregrino travel te recomendamos visitar si quiere conocer más en profundidad la figura de San Ignacio es el Santuario de Loyola, en el municipio de Azpeitia (Guipuzcua), construida sobre la casa torre donde nació Ignacio. En este complejo encontrarás toda la vida y obra del santo y podrás disfrutar de todo un complejo arquitectónico compuesto por un edificio principal, la basílica, una casa de hospedaje, museo y biblioteca y unos preciosos jardines para disfrutar paseando
Una de las grandes riquezas que San Ignacio ha regalado a la iglesia católica son sus famosos ejercicios espirituales. Desde hace más de 500 años la iglesia ha mantenido el método y el modo que San Ignacio propuso, y millones de cristianos han sido ayudados a través de los ejercicios a acercarse a Dios y reordenar su vida.
Estos ejercicios fueron suscitados por Dios a San Ignacio mientras recorría su peregrinación a Jerusalén, a la altura del Santuario de Montserrat, cuando en su interior se producía una batalla intensa entre deseo, sentimientos, pasiones, y afectos. Ignacio siente el deseo de librarse de las debilidades mundanas por lo que comienza a escribir estos textos de oración y contemplación.
Los ejercicios tienen dos vertientes: por un lado, una lectura de la propia vida de quien realiza los ejercicios, con sus luces y sus sombras, con su pecado o con la gracia que Dios nos pueda conceder; y por otro lado es una lectura de la vida de Dios en cada uno de nosotros, un acercamiento personal y profundo e intelectual a la vida del mesías para conocerle, amarle y seguirle. Descubriendo así la historia de salvación que cristo quiere hacer con cada uno de nosotros:
A través de los ejercicios examinamos nuestra conciencia, meditamos y contemplamos a Dios, del mismo modo que realizamos deporte para mantener nuestro cuerpo en forma, estos ejercicios buscan mantener en forma nuestra alma preparándola y disponiéndola para eliminar todo vicio y comportamiento desordenado.
Los ejercicios espirituales tienen una duración establecida por San Ignacio de cuatro semanas, durante las cuales se establecen unas cinco horas de meditación y contemplación diaria.
¿Y cómo se realizan estos ejercicios? Con meditación, oración y silencio, y contemplación. De esta forma cada cristiano descubre su camino, su vocación.
Son muchas las oraciones que San Ignacio nos legó a los cristianos, hoy gran parte de esas oraciones se han convertido en cantos de plegaria usados también en celebraciones eucarísticas:
Sin duda esta que a continuación te mostramos te sonará:
Alma de Cristo, santifícame
cuerpo de Cristo, sálvame
Sangre de Cristo, embriágame
Agua del costado de Cristo, lávame
Pasión de Cristo, confórtame
oh, buen Jesús, óyeme
dentro de tus llagas escóndeme
no permitas que me aparte de ti
del maligno enemigo defiéndeme
en la hora de mi muerte
llámame
y mándame ir a ti
para que con tus santos te alabe
por los siglos de los siglos.
Estas oraciones de San Ignacio son usadas por el pueblo cristiano con multitud de fines: principalmente para alejar al demonio de nuestra vida, pero también para buscar protección de Dios.
Pero sobre todo son oraciones concebidas por San Ignacio con el fin de que nos podamos abandonar a Dios, dejando que Él sea el dueño de nuestra vida y el guía en nuestro paso por este mundo:
Toma señor, y recibe,
toda mi libertad;
Mi memoria,
mi entendimiento
y toda mi voluntad;
Todo mi haber y mi poseer.
Tú me lo diste y a ti lo regreso;
Todo es tuyo;
Todo es tuyo dispón tú de ello Según Tu voluntad.
Dame Tu amor y Gracia
Que éstas me bastan.
El pueblo cristiano, como ya has podido comprobar tiene mucho que agradecer a San Ignacio, por eso no es de extrañar que en su honor se haya compuesto un himno para honrarlo y celebrar su santidad. Dice así:
Desde el sólio do reinas gozoso
Mira, Ignacio, a tus hijos guerreros;
De tu nombre y tu celo herederos,
Solo anhelan vencer o morir.
De Jesús tú les muestras la enseña,
A la lid los convidas valiente,
Y tu mano corona su frente
Que el peligro jamás anubló.
Cada paso les cuesta un combate;
Cada día encrudece la guerra:
Con su sangre conquistan la tierra
Do tu voz inmortal los llamó.
Fuerte acero sus diestras empuñan;
De Jesús el emblema sagrado
Entre rayos de luz esmaltado
Brilla hermoso en el aéreo broquel.
Gloria cantan sus voces alegres,
Y la gloria enardece sus almas;
Solo ansían ganar nuevas palmas;
Solo ansían celeste laurel.
Acometen de nuevo con brío;
Sucumbir en la lid es su gloria;
Y al gritar en su campo ¡victoria!
Se renueva en su pecho el ardor.
Tu escuadrón no abandones, Ignacio;
Seas siempre su norte y su guía,
En él crezca la noble porfía,
Que en sus pechos engendra el amor.
Cuando ruja la fiera tormenta,
Negro el cielo, los astros sangrientos,
Ronco el mar, encontrados los vientos,
Ven ¡oh Padre! tu nave á salvar.
Con tu manto cobija tus hijos,
Dales fuerza, valor y consuelo;
Haz que logren tu triunfo en el cielo
Victoriosos por siempre cantar